El avión de papel

El avión de papel había descansado por años en una polvorienta repisa. Cierto día, alguien dejó la ventana abierta y una brisa lo levantó del estante, empujándolo hacia afuera.
Estiró sus alas en busca de un amigo, había estado mucho tiempo solo. Trepó hasta los tejados del barrio y, sin querer, rozó las campanas de la iglesia, despertando de la siesta a las palomas que dormían:
-¿Quieren pasear conmigo?- les preguntó.
-¡A estas horas! -contestó una- estamos descansando.
Desalentado, se alejó de esas malhumoradas, en busca de nuevos rumbos.
En los cielos de la feria se encontró con un globo:
-¿Vamos a volar? -lo invitó.
-Es que no tengo alas, soy tan liviano que voy de un lugar a otro, pero siempre al antojo del viento.
El avión dio media vuelta y se perdió entre las nubes. Entre las esponjas de agua flotaba un barrilete:
-¿Me acompañás?
-Estoy amarrado -le explicó el barrilete, -apenas me puedo mover.
Desilusionado, el avión siguió su camino.
Al volar sobre un cañaveral, se topó con una hoja:
-¿Viajamos juntos?  -le propuso.
-Imposible, es otoño y tengo que dorar los jardines de la cuadra- dijo la hoja.
Otra vez el avión se apartó, escurriéndose en la brisa.
A lo lejos vio flamear un pañuelo y se acercó:
-¿Un pañuelo por acá?
-El viento me soltó de una cabellera, estoy perdido.
-Te invito a volar, entonces- dijo el avión.
Mejor espero a mi dueña-, contestó el pañuelo atándose a la rama de un álamo.
El avión se alejó, resignado.
De repente, el aire se humedeció  y veloces ráfagas sacudieron los cables de la luz. Con la tormenta las nubes rebalsaron y mojaron las alas del planeador, dejándolas blandas y caídas como orejas de perro. Desesperado, quiso mantenerse en vuelo, pero cayó en picada al suelo, hecho un bollo de papel.
Una señora que pasaba lo llevó a su casa y lo puso a secar. Al salir el sol, el avión remontó de nuevo, levantando la trompa.
Voló sobre las terrazas esquivando las chimeneas y un dulce perfume se le metió por la nariz, ¿de dónde vendría esa fragancia?
Detrás de los gastados muros respiraba, verde y florecida, la Plaza de los Jazmines.  Aterrizó al pie de un arbusto; se acercó un niño y le preguntó:
-¿Querés volar conmigo?
El avión se quedó mudo.
El niño le tendió la mano y despegó sus pies del suelo, elevándose hacia las altas copas de los árboles de la plaza. Los vecinos, incrédulos, los vieron alejarse y desaparecer.

Publicado en Cuento, Cultura, Diversidad.

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