Cuando Juan subió al colectivo con su mochila, sintió una gran emoción interior. Le interesaba la historia y enterarse los motivos que nos hacen lo que hoy somos. Había leído que entender el pasado es justificar el presente para poder mirar al futuro. Pero no conocía más que lo que algunos libros decían.
En rumbo era siempre el norte. Desde Córdoba, Juan llegó a Salta y después a Jujuy. En la Puna conoció gente colla y su cultura, tan picante como sus comidas de caldos y aves hervidas. Se dio cuenta que hablan en voz muy baja, con sus ropas de todos colores que fabrican tranquilamente durante todo el día.
Recorrió Bolivia y visitó las minas del Cerro Rico en Potosí, cuyo oro se llevó España. Los mineros le enseñaron a masticar hojas de coca y a trabajar extrayendo minerales muy valiosos. Se sentía uno más y aprendió a manejar la pala tan bien como un indio manejaba el arco durante las batallas.
Siguió viaje y llegó al Perú. Vio las ruinas de Machu Picchu, ciudad perdida de los Incas y, mientras caminaba, de un muro de piedras se desprendió el indiecito Pachaqutek en forma de duende. “¿Quién sos?”, preguntó Juan. “El gran Pachaqutek, cacique inca”, respondió el duende, “me hice más chiquito para entrar por este túnel”. ..
Pachaqutek tomó de los brazos al pequeño Juan y desaparecieron atravesando el piso. Un rato después, aparecieron en el mismo lugar y ambos pudieron ver al pueblo inca construyendo la gran ciudad de Machu Picchu. Habían retrocedido unos mil años en el tiempo y Juan pudo ver en vivo y en directo la historia verdadera. “Vení, ayudanos a poner esta piedra y serás parte de nuestra civilización”, le dijeron. ¡El niño no podía creer que estuviese participando de eso!
Juan ya no quiso volver a su época y se quedó largos años en el gran imperio inca. Pachaqutek le había dado la gracia de ser su mano derecha y amigo por siempre. De repente, un año hubo unas explosiones en la ciudad. Era algo que no conocían, que se llamaba pólvora. Juan, que venía del futuro, les explicó que los estaban invadiendo los españoles, y Pachaqutek organizó a su gente y defendieron sus tierras exitosamente. Los de este pueblo también les avisaron a los de otros, y todos pudieron defenderse.
Ahora Pachaqutek y Juan son caciques de la mítica civilización Inca, que sobrevivió y aún sigue en pie.
En rumbo era siempre el norte. Desde Córdoba, Juan llegó a Salta y después a Jujuy. En la Puna conoció gente colla y su cultura, tan picante como sus comidas de caldos y aves hervidas. Se dio cuenta que hablan en voz muy baja, con sus ropas de todos colores que fabrican tranquilamente durante todo el día.
Recorrió Bolivia y visitó las minas del Cerro Rico en Potosí, cuyo oro se llevó España. Los mineros le enseñaron a masticar hojas de coca y a trabajar extrayendo minerales muy valiosos. Se sentía uno más y aprendió a manejar la pala tan bien como un indio manejaba el arco durante las batallas.
Siguió viaje y llegó al Perú. Vio las ruinas de Machu Picchu, ciudad perdida de los Incas y, mientras caminaba, de un muro de piedras se desprendió el indiecito Pachaqutek en forma de duende. “¿Quién sos?”, preguntó Juan. “El gran Pachaqutek, cacique inca”, respondió el duende, “me hice más chiquito para entrar por este túnel”. ..
Pachaqutek tomó de los brazos al pequeño Juan y desaparecieron atravesando el piso. Un rato después, aparecieron en el mismo lugar y ambos pudieron ver al pueblo inca construyendo la gran ciudad de Machu Picchu. Habían retrocedido unos mil años en el tiempo y Juan pudo ver en vivo y en directo la historia verdadera. “Vení, ayudanos a poner esta piedra y serás parte de nuestra civilización”, le dijeron. ¡El niño no podía creer que estuviese participando de eso!
Juan ya no quiso volver a su época y se quedó largos años en el gran imperio inca. Pachaqutek le había dado la gracia de ser su mano derecha y amigo por siempre. De repente, un año hubo unas explosiones en la ciudad. Era algo que no conocían, que se llamaba pólvora. Juan, que venía del futuro, les explicó que los estaban invadiendo los españoles, y Pachaqutek organizó a su gente y defendieron sus tierras exitosamente. Los de este pueblo también les avisaron a los de otros, y todos pudieron defenderse.
Ahora Pachaqutek y Juan son caciques de la mítica civilización Inca, que sobrevivió y aún sigue en pie.
Autor: Jeremías Burgo