Nadia Comaneci

Nadia Comaneci, un 10 a la potencia, la gracia… y la disciplina

Por Alexis Oliva

La escena dura exactamente veinte segundos. Una niña de 14 años, un metro y medio de estatura y 40 kilos de peso corre, salta, gira, rebota, se contorsiona y se estira entre las barras asimétricas. Su delgado y fibroso cuerpo, enfundado en un torso blanco, es pura potencia y gracilidad. Finalmente, vuela como una paloma, se arquea en el aire y aterriza en forma impecable. Durante ese tiempo, la relatora ha dicho tres veces la palabra “beautiful” (hermosa). La niña saluda, agradece al público que la ovaciona y aguarda serena la calificación. Sorprendentemente, el tablero marca 1.00. Es un error, porque el marcador electrónico no está preparado para la puntuación perfecta, el unánime 10 otorgado por los jurados.

Eran los Juegos Olímpicos de Montreal (Canadá) 1976 y la niña se llamaba Nadia Elena Comaneci  – 12 de noviembre de 1961, Onesti, Rumania -.  En ese evento máximo del deporte consiguió siete 10, en equipos, absoluto individual, paralelas y barra, y ganó tres medallas de oro, una de plata y una de bronce. En su vuelta a Rumania, fue recibida como una heroína nacional. “Ella es perfecta”, titulaba en su portada la revista estadounidense Time, sobre una foto de Nadia mostrando su increíble plasticidad y equilibrio sobre la viga.

Era un sueño hecho realidad a base de esfuerzo. Nacida en Oneşti, un pequeño pueblo perdido en los Cárpatos rumanos, fue descubierta a los 6 años por el famoso entrenador Bela Karolyi, quien se hizo cargo de su formación como gimnasta. Así llegarían los triunfos en campeonatos nacionales, de Europa y América, en el juvenil mundial, los preolímpicos y la consagración en Montreal.

Luego vinieron años de éxitos pero también de dificultades, porque las presiones de la fama y el estrés de la alta competición se traducían en sobrepeso físico. Pero en los juegos olímpicos de Moscú (Rusia) 1980 confirmaría su reinado, al ganar dos medallas de oro (suelo y barra de equilibrios) y una de plata (por equipos). Al año siguiente, en los juegos olímpicos universitarios en Rumania ganó en todas las categorías individuales, consiguiendo cinco medallas de oro. Ese sería su último gran torneo, porque en 1984 una crónica infección en la mano la obligó a retirarse con sólo 22 años.

En 1989, Comaneci huyó de su país -sometido por el dictador Nicolás Ceausescu- caminando durante seis horas hasta la frontera con Hungría, para luego pedir asilo en Austria y finalmente radicarse en Norteamérica. Allí conoció a su colega Bart Conner, con quien pudo casarse en su Rumania natal y hoy comparten una academia gimnástica en Estados Unidos.

A lo largo de su vida, Nadia siempre permaneció ligada a la gimnasia y a su patria, primero como profesora de educación física y entrenadora del equipo juvenil rumano; después, como Presidenta de Honor de la Federación Rumana de Gimnasia y el Comité Olímpico Rumano, y sobre todo a través de su apoyo a los nuevos deportistas rumanos y la ayuda humanitaria a los niños huérfanos y pobres.

En 1996, fue galardonada como “la atleta de mayor influencia de la historia” y en 1999 como “la mejor atleta femenina de la historia”, en los Premios Deportivos Mundiales de Viena; en 2003, publicó su libro “Cartas a una gimnasta joven”; en 2006, con 44 años de edad, tuvo a su hijo Dylan Paul y hoy es comentarista especializada y vive feliz con su familia.

En una entrevista reciente, recordó aquel momento mágico de Montreal 1976: “A los 14 años de edad, no pensás que sos una leyenda. No sos consciente de lo que se genera a tu alrededor, sólo eres una niña. No pensé ‘Dios mío, es la primera vez en la historia que alguien consigue un 10’, sino ‘¡qué bien, un diez!’.  Ni siquiera sabía entonces que nunca antes se había logrado una cosa semejante. Dentro del equipo tampoco hubo cambio alguno, me trataban exactamente igual antes de aquella nota que después. Éramos compañeras y ninguna medalla ni ninguna puntuación, por extraordinaria que fuera, iba a cambiar nuestra actitud ni nuestros sentimientos”.

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