Por Alexis Oliva
Podemos hacer el intento de imaginarlas jugar con juguetes de varones. Son tres niñas que charlan y gesticulan con entusiasmo, mientras agitan unos soldados de madera. Pero no juegan a la guerra. En ese torbellino de palabras, gestos y ademanes, van inventando historias fantásticas, que suceden en lugares irreales como Angria, Gondal y Gaaldine, con las que después llenarán centenares de cuadernos. Estamos en Inglaterra, corre la década de 1820 y las pequeñas se llaman Charlotte (1816 -1855), Emily (1818 -1848) y Anne Brontë (1820 -1849).
Además de esa saga fantástica, las tres precoces y talentosas hermanas legarán a la literatura universal una obra poética y narrativa bella, dramática y romántica, que desafiará a la sociedad conservadora de su tiempo, una época en que escribir era privilegio exclusivo de los hombres.
Por eso, para escapar de los prejuicios sobre las mujeres escritoras, en su primer libro de poesía conjunto, tuvieron que utilizar los seudónimos masculinos de Currer, Ellis y Acton Bell, conservando sólo la inicial de sus nombres. Pero el truco no evitó el fracaso de la publicación, de la que sólo se vendieron dos ejemplares.
Eso no desanimó a las hermanas, como tampoco la agria respuesta del famoso poeta Robert Southey cuando Charlotte le pidió una opinión sobre sus versos: “La literatura no es asunto de mujeres y no debería serlo nunca”.
La vida familiar tampoco había sido feliz. Al morir su madre, en 1824, Charlotte y Emily fueron enviadas con sus hermanas mayores, María y Elizabeth, a un colegio con internado en Cowan Bridge, donde las privaciones, el frío y la humedad hicieron que María y Elizabeth enfermaran de tuberculosis y fallecieran en 1825. Entonces, la familia sacó a Charlotte y a Emily del internado, pero el drama quedó tan grabado en su memoria que inspiró el siniestro colegio Lowood, descrito en la novela Jane Eyre, la obra más famosa escrita por Charlotte en 1847.
Ese mismo año, como fruto de un mágico acuerdo, también sus hermanas dieron a conocer sus obras maestras: Emily publicó Cumbres Borrascosas, una novela de estructura innovadora, con personajes intensos y brutales, sometidos a un amor y odio primitivo, ingredientes demasiado difíciles de aceptar por la crítica moralista de su época. Castigado entonces, el libro es hoy considerado un clásico del arte literario.
Al mismo tiempo, aparecía Agnes Grey -de Anne Brontë-, una historia de amor y humillación basada en los comentarios autobiográficos de una contradictoria institutriz victoriana.
A pesar de lo profundo y original de su escritura, debieron ganarse la vida con la digna profesión de maestras, y su obra recién fue reconocida mucho después de su prematura muerte, en la que también las hermanó ser víctimas de la tuberculosis a la edad aproximada de 30 años.
Pero su literatura no murió y será por siempre sinónimo de pasión y humanidad, así como sus nombres son sinónimos del natural derecho de la mujer a ser reconocida como artista.